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lunes, 29 de diciembre de 2008

Relato de un Condenado a Muerte

Después del levantamiento obrero-campesino- en El Salvador en 1932, en la época del Genral Maximiliano Hernández Martínez, -relató don Celestino Romero Hércules- yo era el barbero que le cortaba el cabello a los Guardias, en Arcatao, departamento de Chalatenango, mi pueblo natal, y en esa época, con sólo que alguien lo acusara a uno de comunista, ya lo sentenciaban a muerte.

Había en Arcatao, otro barbero, que él quería ser el barbero oficial de los guardias, y por pura envidia, me acusó de comunista, diciendo que yo había organizado una célula de terrorista, en Valladolid Honduras; y aunque los guardias me avisaron de la orden de captura, pero como yo no debía nada, ya que no era cierto, no le puse importancia a la cosa, y no quise huir; pero ¿cual fue mi gran sorpresa? La orden era que fuera trasladado "por cordillera" desde Arcatao hasta San Salvador; por cordillera quiere decir, que a uno lo llevaban a pie de un Puesto de Guardia hasta otro Puesto de Guardia de otra población mas cercana, y éstos, al otro puesto de guardia, hasta llegar a San Salvador.

Así llegamos a San Salvador; ya en San Salvador, me pusieron en una celda en el cuartel El Zapote, donde tenían bastantes prisioneros, mi celda, estaba frente a la celda de Alfonso Luna, Mario Zapata y Farabundo Martí, quienes abrazados, daban muestras de estar decididos a morir por sus ideales y decían “Nosotros somos la mazorca” a nosotros que nos maten pero no a ustedes; ustedes no tienen ninguna culpa; “ustedes son los granos de maíz”.

Los prisioneros eran fusilados por grupos; siempre a las tres de la madrugada, sacaban los grupos de personas y las llevaban a fusilar, después que eran confesados por el cura de la prisión; siempre escuchábamos las ráfagas cuando los fusilaban; vi cuando sacaron a Alfonso Luna, a Mario Zapata y a Farabundo Martí, y los llevaron a fusilar, todos fueron condenados a muerte, sin juicio previo. Yo me salvé de puro milagro; pues cuando el cura me llegó a confesar, me preguntó cual era mi último deseo, yo le dije que a mi por puros chambres me habían llevado y que yo había trabajado en la casa del Dr. Damián Rosales y Rosales, quien en ese entonces, era ministro de guerra, y que mi último deseo era que le avisaran a él que yo estaba preso. El cura fue a hablar con el Dr. Rosales y Rosales y él inmediatamente ordenó que me pusieran en libertad; y hasta una pistola me regaló para que le diera su merecido al que injustamente me acusó; pero yo no iba a tomar ninguna acción en contra de esa persona, porque soy temeroso de Dios, y además, que ni hubo necesidad de eso; ya que al darse cuenta que yo había sido puesto en libertad, a esa persona le pegó una tremenda diarrea, y esa fue la causa de su muerte.

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